BURKINA FASO: CUANDO EL ORO EMPOBRECE

Mina artesanal de Mankanrga. ANTONIO ARAGÓN RENUNCIO
"La palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices"  Albert Einstein

Burkina Faso no tiene una larga tradición de explotación aurífera, pero desde la década de los años ochenta el oro se ha convertido, poco a poco, en un importante sector de su economía, sustituyendo al algodón como primer producto de exportación y transformando el país en el cuarto exportador de ese metal precioso en el continente africano. Sólo en 2013, las minas de este metal aportaron a las arcas del Estado, en términos de impuestos y tasas aduaneras, unos 198 mil millones de francos CFA (unos 300 millones de euros). En la actualidad, el oro representa el 5% del PIB de Burkina Faso.
Hasta aquí podría parecer que la información tiene carácter positivo, pero basta con profundizar en ella para observar que “no es oro todo lo que reluce”.
Por lo pronto, la presencia de este mineral no ha conseguido variar un ápice la situación de pobreza de Burkina Faso que sigue siendo uno de los países más pobres de África  y ocupa el puesto 181, de 187, en el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas de 2014.
Mina artesanal de Mankanrga. ANTONIO ARAGÓN RENUNCIO
En torno a las minas aumenta el sida, transmitiéndose a los pueblos cercanos; las oportunidades de obtener dinero disminuyen, al estar la actividad económica focalizada en la obtención del oro, y la vida se encarece debido a que los comerciantes adaptan los precios a quienes trabajan en la mina. Cuando una zona se explora y se descubre que en ella hay una gran cantidad de oro la población que vive en ese lugar es desplazada. Pueblos enteros son relocalizados más allá de la mina. Y las agresiones al medio ambiente son incuestionables, como lo demuestran los residuos químicos, provenientes de los productos utilizados para el tratamiento del metal, eliminados sin ningún tipo de control , la deforestación de terrenos agrícolas, etc.
Pero hay más. Algo que compromete el presente y el futuro de más de 20.000 niños, niñas y adolescentes. Son los niños del oro, una generación cegada por el oro: 
Mina artesanal de Yaika. ANTONIO ARAGÓN RENUNCIO
En el entorno de ciertos centros escolares suelen aparecer jóvenes que parecen manejar mucho dinero, que tienen motos, teléfonos móviles, que visten prendas de marca: Son los conseguidores los encargados de contratar la mano de obra para las minas.  Con su apariencia deslumbran a los jóvenes y niños. A veces hablan con los alumnos y al día siguiente varios de ellos desaparecen para nunca más volver a asomarse por las aulas. Para los responsables de las minas, la mano de obra infantil es un importante ahorro de costes. Para las familias se trata de un ingreso más, muchas veces indispensable.
 A causa de este trabajo, los menores pueden sufrir graves problemas respiratorios por el polvo de las minas, enfermedades neurológicas provocadas por el uso de productos tóxicos como el mercurio o importantes problemas de espalda por el peso que cargan, entre otros muchos. Asimismo, al ser un entorno en el que se consumen alcohol y drogas, también están expuestos a abusos físicos, psicológicos y sexuales.
Enterramientos en el camino de la mina de Mankarda a Zhorgo
ANTONIO ARAGÓN RENUNCIO
Carlos Villalba, coordinador de proyectos de Médicos Mundi en Hundé  habla a este respecto de “una generación perdida de chicos que han abandonado sus estudios y optado por buscar fortuna en las explotaciones mineras ilegales”... “Al cabo de los años, se encontrarán sin fortuna y sin formación, enganchados al alcohol y a las drogas y sin fuerzas para cambiar de vida por falta de salidas” 
En conclusión:
Los beneficios de exportar el metal precioso no llegan a una población golpeada por la pobreza y desplazada de sus localidades. 
Seguimos aprovechándonos de la  materia prima que produce el subsuelo africano sin preguntarnos  a costa de qué y quiénes aflora a la superficie. Suiza refina oro extraído por niños en Burkina Faso. En un informe titulado A Golden Racket demuestra que este oro procede de las minas artesanales de Burkina Faso, donde se extrae en condiciones pésimas tanto para adultos como para niños, se lleva de contrabando hasta Togo y desde allí es importado por una compañía suiza con sede en Ginebra. Seguimos aprovechándonos y miramos hacia otro lado.
En torno a 20.000 niños y jóvenes burkineses abandonan los estudios por la promesa de un enriquecimiento rápido que difícilmente llegará. Tampoco el futuro mejor que merecen.




Julia Aguilar
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