MUJERES AFGANAS. CONDENADAS AL SILENCIO, A LA INVISIBILIDAD, A LA NO EXISTENCIA
Soy una mujer afgana
Así
que solo tiene sentido gemir.
Fragmento de un poema de la periodista y poetisa NADIA ANJUMAN. Impulsora de los derechos de la mujer, fue asesinada a golpes por su marido y por la familia de éste en 2005.
Hace
20 años, cuando los talibanes gobernaban Afganistán, ser Mujer Afgana era tener
anulados todos tus derechos como ser humano y además estar privada de la voz
que te pudiera permitir su defensa. Y
esos tiempos ahora han vuelto.
Ser
mujer afgana es estar sometida al silencio de por vida y ser anulada como
persona.
Es
estar condenada a la invisibilidad más absoluta y de la que el burka sólo
es un signo externo.
Es
no poder salir de casa sola sin ir acompañada de un familiar masculino.
Es
no poder estudiar, ni trabajar fuera de casa, ni manejar su dinero, ni elegir su futuro.
Es
no poder asistir a una consulta médica por propia iniciativa, ni quedarse a
solas con un médico, y únicamente unas pocas doctoras y enfermeras tienen
permitido trabajar en algunos hospitales de Kabul.
Es
ser conocida como la hija de o la mujer de, pues son muchas las mujeres cuyos nombres
no aparecen en registros oficiales o incluso en sus lápidas al morir.
Es
estar condenada a un matrimonio forzado.
Es
ser sometida a azotes públicos por atreverse a usar cosméticos. Llevar las uñas
pintadas puede ser condenado con la amputación
de los dedos.
Es
no poder llevar zapatos de tacón para no hacer ruido al andar.
Es
no poder hablar, ni reír en voz alta pues ningún extraño debe oír la voz de una
mujer.
Es
no poderse desplazar en ciclomotor ni bicicleta.
Es
tener prohibida la práctica de cualquier deporte.
Es
no poder acceder a los baños públicos.
Es
no poder viajar en los mismos transportes públicos que los hombres.
Es
no tener presencia en los medios de comunicación.
Es
estar eliminada de todo cartel publicitario.
Y,
por supuesto, la posibilidad de la toma de decisiones que atañen a su persona y a su comunidad queda
fuera de sus expectativas.
En los últimos 20 años la Mujer Afgana había luchado por sus derechos y había conseguido, con mucho esfuerzo y no en todos los casos, acceder a la educación, a la actividad laboral, participar en los medios de comunicación y estar presente en los órganos de toma de decisiones. Todo esto lo hemos de formular ahora en pasado: el régimen talibán ha vuelto.
¿Y ahora qué?
La
complejidad del problema y la profundidad de sus raíces, en una cultura que
apenas conocemos y en un integrismo religioso que escapa a toda lógica, nos
impiden encontrar soluciones inmediatas. Pero sí hay al menos dos reflexiones
que debemos hacer:
Tal
vez sea demasiado tarde para Afganistán
pero el integrismo y terrorismo islámico está avanzando en África.
Burkina Faso, Níger y Malí son buena prueba de ello y es necesario y urgente
buscar soluciones antes de que el
problema tenga una salida imposible.
Y
si hay algo que ha dejado claro el caso
de Afganistán es que los ejércitos pueden solucionar aparentemente una
situación puntual, pero que las armas no son los cimientos sobre los que se puedan construir un estado
democrático y de derecho que respete los
derechos humanos. Según Amnistía Internacional el conflicto afgano se ha
cobrado 150.000 muertos entre civiles y militares de distintos ejércitos ¿para
qué han servido esas vidas truncadas? Pobres víctimas.
¡Y pobres Mujeres Afganas!
Julia Aguilar
FUENTES:
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